La economía argentina se cae sola. Nadie la empuja, pero igual se derrumba, como una casa vieja que ya no soporta su propio peso.
Según datos publicados por Ámbito Financiero, TN y Página 12, las ventas minoristas pymes se desplomaron en septiembre un 4,2 % interanual y un 2 % mensual real, de acuerdo con la CAME. El acumulado del año apenas logra sostener un frágil 5 %. Pero la caída no es pareja: el sector textil e indumentaria sufrió un retroceso del 10,9 %, y el rubro bazar, decoración y muebles, del 6,2 %.
El consumo se enfría, el crédito se encarece y la confianza se deshace. Lo que antes era una compra cotidiana hoy se vuelve un cálculo. Un “no puedo”. Una espera.
Página 12 advierte que 11,3 millones de argentinos están endeudados, con una deuda promedio de 3,7 millones de pesos por persona. Muchos hogares necesitan tres salarios privados registrados para afrontarla. Y el 91 % de las familias no logra reducir lo que debe: lo mantiene o lo agranda.
En este escenario, la economía ya no habla de crecimiento, habla de supervivencia. Las familias refinancian tarjetas con intereses impagables, estiran vencimientos, recortan gastos esenciales. Los bancos miran cómo cada impago se convierte en una oportunidad de negocio. Los economistas —como el ministro Luis Caputo— discuten fórmulas mientras las casas siguen sin llegar a fin de mes.
El Gobierno celebra su equilibrio fiscal y su acercamiento a Estados Unidos, pero en las provincias la realidad suena distinta. En La Rioja, los comercios bajan las persianas antes de hora, las calles se vacían y el malhumor se instala en los rostros. Antes se compraba ropa de temporada; hoy, lo que alcanza.
La crisis no viene: ya está acá. Vive en las deudas, en los sueldos que no suben, en los sueños que se achican.
Y mientras el Gobierno ordena los números, la vida de la gente sigue desordenada, esperando que alguien recuerde que detrás de cada cifra hay una persona, una familia y un plato vacío.
