El gobierno de Javier Milei avanza como un auto que prometió velocidad y ahora apenas puede sostenerse en marcha. Pierde aceite por todos lados. Cada intento de acelerar se convierte en un nuevo ruido, cada maniobra en una sacudida que anuncia algo peor. Y mientras el presidente asegura que el motor de la economía empieza a rugir, los que están abajo -los mecánicos de este país que trabajan y producen- ya ven el humo salir del capó.
El cierre de Nissan en Córdoba fue la primera gran señal de que en el viaje se quedó sin dirección. La automotriz japonesa suspendió a más de mil trabajadores y dejó en el aire a otros tres mil que dependían de su cadena de producción. Dicen que fue por la caída de la demanda, por las trabas a las importaciones, por la falta de dólares, pero lo cierto es que fue porque el país dejó de moverse. Una economía sin consumo es como un auto sin combustible: podés tener la carrocería brillante, el discurso afinado y los inversores de copilotos, pero si no hay nafta (circulación de dinero), no se avanza y La Libertad no avanza.
Desde TN y Ámbito Financiero hasta Perfil, los medios coinciden en que las ventas minoristas cayeron un 4,2 % en septiembre y que el consumo lleva meses estancado por falta de inyección financiera y una altísima especulación. Lo que era un viaje hacia la “eficiencia” se convirtió en un derrape constante en una ruta donde sin Vialidad, no tiene banquina. Las fábricas reducen turnos, las pymes del interior frenan producción y los comercios bajan la persiana permanente.
En La Rioja, donde las industrias textiles, del calzado y del plástico sobreviven a fuerza de ingenio, paciencia y ayuda del Estado provincial, el impacto se siente como una vibración en el volante. Cada cierre nacional se replica en una pérdida local: menos pedidos, menos transporte, menos ventas. En el parque industrial de la capital, varias plantas trabajan al cincuenta por ciento. Los empresarios no hablan de crecimiento, hablan de aguante, son como los militantes que hablan de resistencia. Y el trabajador riojano, que ya conoce las pausas y los silencios del país, vuelve a ajustar el cinturón en la mesa.
El comercio no escapa al mismo destino. Un local de ropa del centro que antes tenía tres empleados hoy se las arregla con uno. En los barrios, los almacenes venden fiado más que nunca y los clientes ya no preguntan por precios sino por cuotas.
Mientras tanto, el gobierno celebra los gráficos del déficit cero como si fueran señales del tablero de un auto nuevo. Pero bajo el capó, las piezas están flojas. Los despidos crecen, la producción cae, los créditos se cierran y el país va a los saltos. El modelo que prometía dinamismo se volvió un vehículo de museo, una máquina que consume más esperanza que combustible.
Cuando un auto pierde aceite, el motor no se rompe de golpe, se va desgastando en silencio hasta que una mañana deja de arrancar. Eso es lo que está pasando con la Argentina de Milei: cada empresa que se va, cada comercio que cierra, cada familia que deja de comprar es una gota menos en el motor que alguna vez nos movió. Y cuando ya no quede ni una, ni el ajuste, ni el swap, ni las promesas de inversión alcanzarán para volver a ponerlo en marcha… Si antes no estalla contra una pared de realidad, con todos los argentinos dentro.
